martes, 10 de marzo de 2009

El Señor de las Moscas

Cuando chocan dos tipos de carácter, cada cual más fuerte, el conflicto es inminente.

Una toma de liderazgo puede hacer mucho bien a un colectivo, y paralelamente, otra toma de liderazgo puede arrastrar a otro grupo al más absoluto fango de la moral.

La opción correcta a la hora de elegir es decantarse por el brazo líder que te inspire confianza, que comparta tus intereses y que sea menos malo que el otro brazo en caso de no ser muy convincente ninguno de los dos.

En mi opinión, la personalidad juega un rol no sólo importante sino decisivo, porque cuando tomas una decisión en la cual eres partidario de algo, de algún modo es como si tu participases en una pequeña medida de los actos que lleva a cabo la mano en la que tú has depositado ciertas esperanzas de progreso.

La opción correcta no es sinónima de la opción ideal, puesto que la opción ideal es ejercer como propio líder dentro de las situaciones siempre y cuando uno pueda hacerlo y no arriesgue el papel de un afín.

Una vez sí se han declarado los papeles de liderazgo, podemos comprobar que uno opta por la acción directa ("¡podemos salir de ésta, ideemos un plan en unidad!") y otro por la adaptación asumidora("¡ante la imposibilidad de salir, ideemos un plan de supervivencia!").

Hemos de tener en cuenta los valores que desprende cada uno de los líderes, y no caer en el error de seguir al que mejor se vende, más ruido hace y menos leal es hacia sus iguales, sino todo lo contrario. Lo más importante de alguien que lidera, es que muestre total preocupación por las personas que tiene a su cuidado, y que de vez en cuando les eche una mano, ya sea para levantarse tras una caída, para ofrecer un vaso de agua como agente saciador e incluso para dar un último empujón.

A nada de esto se habría de llegar si la unidad funcionase como tal y se inundase de preocupación por la salvación global, siendo consecuente con cualquier posible pérdida parcial.

Una vez perdidos muchos valores, la mano adulta hace ver al lastimable líder sus propios errores, sus propias atrocidades. En décimas de segundo, la mano adulta mete en vereda a la mano impulsiva, ruidosa, desconsiderada y egoísta, mientras consuela a la mano prudente, diplomática, considerada y unitaria.

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