Llega un momento en que uno se da cuenta de varias cosas: que vale mucho, que es capaz de sorprenderse a sí mismo y de tirar de un carro lleno de gente; se da cuenta que en su día ha buscado mediante la diplomacia recuperar algo perdido, incluso proponiéndose cambiar algunas cosas y sólo encontrando rechazo en la persona de la que menos se esperaba una respuesta tan fría, como si no le conociese de nada o todo lo vivido se lo hubiese llevado un huracán ajeno.
Ahora, es cuando uno se da cuenta que es como es y que le quieren con sus crisis o no le quieren, o los demás miran más allá o no les mereces la pena. De nada sirve hacerse un paraíso mental, sino saber disfrutar cuando estás en el paraíso real; cuando la persona sale de él, se da cuenta que solamente si vuelve a tener las puertas abiertas, todo fue real y no ficción, aunque de la ficción también vivamos.
Las cosas de la vida cotidiana son como la dinámica de los telediarios, las buenas noticias no son noticias y las malas noticias son tenidas en cuenta hasta la saciedad. Lo que uno haga bien, bien estará, y lo que uno haga mal, le perseguirá durante un tiempo. Se debe sacar fuerza de donde no la hay, y tener en cuenta que los tropiezos hacen caer pero no morir, aunque algo muera muy dentro de uno.
El triunfo consiste en dar lo mejor, sin perder la personalidad, en dar lo mejor, y siempre con pies de plomo porque hasta el tipo más duro de rostro impenetrable, como se decía del mítico Eastwood, es propenso a que le acribillen el corazón a tiros sin balas de verdad.
Pasar la página y recordar cómo la persona se ganó el respeto y la compañía de todos cuanto le rodean es el objetivo a cumplir, siempre enriqueciéndose en todo, y dejando destellos de grandeza por donde pase, actuando con confianza y frialdad al mismo tiempo, a través de impulsos, lleguen de la cabeza, del corazón o de los santos cojones, porque el mundo está ahí pero quien más quiere a su persona es uno mismo.
Ahora, es cuando uno se da cuenta que es como es y que le quieren con sus crisis o no le quieren, o los demás miran más allá o no les mereces la pena. De nada sirve hacerse un paraíso mental, sino saber disfrutar cuando estás en el paraíso real; cuando la persona sale de él, se da cuenta que solamente si vuelve a tener las puertas abiertas, todo fue real y no ficción, aunque de la ficción también vivamos.
Las cosas de la vida cotidiana son como la dinámica de los telediarios, las buenas noticias no son noticias y las malas noticias son tenidas en cuenta hasta la saciedad. Lo que uno haga bien, bien estará, y lo que uno haga mal, le perseguirá durante un tiempo. Se debe sacar fuerza de donde no la hay, y tener en cuenta que los tropiezos hacen caer pero no morir, aunque algo muera muy dentro de uno.
El triunfo consiste en dar lo mejor, sin perder la personalidad, en dar lo mejor, y siempre con pies de plomo porque hasta el tipo más duro de rostro impenetrable, como se decía del mítico Eastwood, es propenso a que le acribillen el corazón a tiros sin balas de verdad.
Pasar la página y recordar cómo la persona se ganó el respeto y la compañía de todos cuanto le rodean es el objetivo a cumplir, siempre enriqueciéndose en todo, y dejando destellos de grandeza por donde pase, actuando con confianza y frialdad al mismo tiempo, a través de impulsos, lleguen de la cabeza, del corazón o de los santos cojones, porque el mundo está ahí pero quien más quiere a su persona es uno mismo.
Se ha de dar el 100%, pero siempre mientras se reciba el 101% en satisfacción.
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